Desde las ventanas

Una nueva primavera, que no es un cambio de estación, anuncia un nuevo mundo gestado desde las ventanas

El mundo será otro después del coronavirus. Preferiblemente mejor, aunque en todo caso distinto. Es difícil encontrarle algún sentido al bicho, como no sea abonándose a las maquinadoras fiebres de las teorías conspirativas, en lugar de pensar en la culinaria -y no poco guarra- inocencia de comerse un murciélago comprado en un sucio mercado de Wuhan. Donde pulpos, serpientes, ciervos, tejones, zorros, salamandras, pavos reales, cachorros de lobos, koalas, cocodrilos, puercoespines y las más diversas especies animales se ofrecían, con escasa higiene y exiguos controles sanitarios, como provisiones de un condumio omnívoro. Si bien analistas hay que subrayan la definitiva configuración de China como primera potencia mundial, sostenida en un mayúsculo, flagrante, pero acaso perversamente rentable oxímoron: el comunismo capitalista.

A tanto no llegan, sin embargo, las domésticas disquisiciones de un confinamiento casero, más necesitado de psicólogos que de otra cosa cuando las bondades del hogar no son buscadas, sino impuestas, y a muchos les pueda la alergia de paredes adentro, el arañazo de la claustrofobia o el desatino de la ansiedad. Aunque se procure ponerles coto, tenerlos a raya, con lo mejor de cada cual. Que a esto sí contribuye el bicho, sin quererlo; como a lo peor, miserablemente, también y a propósito.

El confinamiento, primo hermano de la clausura, debe dar para algún ejercicio de introspección -que de gimnasia hogareña ya hay muchas píldoras en vídeos de YouTube-. De mirarse hacia dentro, sin miedo a lo que se pueda encontrar, con el aburrimiento como cooperador necesario. Que para mirar hacia fuera están las ventanas y los balcones, hechos ahora oteros de la vida cuando las calles resultan algo apocalípticas sin el tránsito del mundo en el vaivén de las jornadas. Ahora bien, dicho es que cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas. Proverbial manera de señalar la inutilidad, pero asimismo la ruindad cuando se levantan bulos, noticias falsas y trampas alevosas que se propaguen o logren los efectos buscados con la aquiescencia por la alarma general. El bicho también trae estos atropellos, porque la maldad, como la inconsciencia o la insensatez, no tienen vacuna o antídoto. Aun así, en modo alguno van a desmerecer esa nueva primavera que no anuncia un cambio de estación, sino un nuevo mundo gestado desde de las ventanas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios