Calor y sexo

Como poco nuevo hay bajo el sol, un tratado medieval ofrece consejos sobre el calor y el sexo, posmodernidad aparte

No se quiere decir, asociando estos dos términos, calor y sexo, que las condiciones meteorológicas conlleven un pronóstico de la actividad sexual de los mortales, aunque algo pueda haber de ello. Ni con la separación de nudistas y “textiles” -vaya una forma de señalar a quienes lleven un escueto taparrabos o un tanga reducido- en las playas abigarradas de bañistas. Sino que se trata de referir algunas recomendaciones que, a finales del siglo XIV, hace más de seiscientos años, figuran en un tratado que fue traducido al catalán, probablemente del árabe o del hebreo, aunque fuera disimulado entre otros manuscritos y con la excusa de asimilarlo a un libro de medicina, con referencias poco rijosas a Hipócrates o Galeno, aunque se trataba consejos y recetas sobre el coito, principalmente dirigidas a los hombres.

Después de una recomendación general -«Conviene que se joda cuando el cuerpo está equilibrado y reposado y que se haya hecho la digestión»-, se advierte que vayan con cuidado los de complexión caliente, especialmente en verano: «absténgase completamente en el tiempo en que el aire está cargado». Y se prescribe que «no lo hagan después de haber salido del baño, porque se llena la cabeza de malos vapores, ni tampoco teniendo hambre o mucha sed, ni después de haberse enojado, ni después de velar mucho, ni después de haber pensado mucho sobre alguna cosa, puesto que si lo hace después de algunos de estos casos le fallan las fuerzas». Deben de considerarse, con tales consejos, no solo la temperatura ambiente, sino los calentones de la cabeza. O las calenturas del cuerpo, aparte de los sofocos con el sol: «si por casualidad le conviene hacerlo cuando el cuerpo está caliente, que es mejor que cuando está frío, procure que el calor no sea demasiado fuerte, y mejor en pleno día que de noche».

Estas consideraciones medievales, referidas al sexo, cuando el cambio climático si acaso se asociaría a alguna maldición divina, tal vez tengan poca aplicación, o sí, en las posmodernas olas de calor, que aletargan los cuerpos con la pesadez de la modorra y hacen preferible no tener a nadie cerca hasta que refresque. Pero conocerlas acaso ayude a discernir que poco nuevo hay bajo el sol, aunque este se ofusque e insista en hacerse notar, sexo aparte, o no.

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