Una ola de frío recorre mi lacerada piel, la nieve se confunde con los ríos de sangre, que como venas abiertas discurren lentamente por ellas, dándome el calor necesario para sobrevivir un día más. Mis hijos, ajenos a todo, danzan alegres al ritmo de un baile maldito que se repite constantemente, incendian las ciudades con millones de luces de color para celebrar una de sus múltiples fiestas. Es fácil distinguirme desde el espacio por la luz que despido compitiendo con las estrellas, más auténticas pero lejanas. Porque, qué soy yo sino una imitación de ellas?. Mis hijos crean luz allí donde reina la oscuridad, finjo ser un astro absorbiendo la luz ajena mientras ellos fingen ser felices rodeados de tristeza. Ahora se ocupan afanosamente por adornar sus ciudades, sus casas y sus vidas para celebrar una festividad religiosa, en tanto el dolor se apodera de las calles y las ciudades vecinas ante su total indiferencia. Hoy, ayer y mañana, nacerán niños en el más absoluto desamparo, nacerán rodeados de frío, de terror y de pobreza, y yo derramaré lágrimas como puños en la soledad de un vasto mundo indigno, en el que no reconozco a mis propios hijos. Miles de borriquitos recorren hoy calles desiertas y destrozadas por las bombas, en busca de un lugar cálido donde pasar la noche y albergar a una madre con su hijo, a un anciano o a un joven aterrado, porque el reto es simple: resistir un día más. Ahora es Ucrania, antes Sarajevo, Berlín o París, no hay que irse a Oriente para sentir la injusticia en carne viva, no es necesario remontarse a más de dos mil años atrás poniendo figuritas de barro, luces de colores y nieve artificial en vuestras calles para tener algo que celebrar, basta con pasar la vista por mi piel, y detener esta danza maldita de dolor y muerte que me asola, para conseguirlo. Quien diría que sois hijos míos, si no habéis aprendido nada, si seguís compitiendo por ver quien tiene el árbol más largo, mientras las bombas se derraman como las uvas de la ira sobre las cabezas de miles de niños inocentes aterrados de miedo y ateridos de fría, sin burro ni buey que les caliente el zulo en el que viven. Llevo en mi vientre todo el dolor recogido, todas las lágrimas derramadas, toda la sangre vertida en crueles guerras injustas, porque no hay guerra justa, porque al final acabáis igualmente en la casilla de salida. Me llamáis Europa, y mi nombre sugiere progreso, paz y cultura, pero vosotros sabéis que es solo la pátina que cubre la herrumbre que me carcome, vuestras guerras no son menos encarnizadas que las del resto del mundo, aunque las maquilléis mejor. Podéis seguir montando vuestros belenes, vuestros arbolitos cargados de zarandajas, vuestra nieve artificial, pero no lograréis borrar con ello el dolor en los rostros de esos niños en los que cada día se encarna vuestro niño Dios. Danzad, danzad hijos míos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios