Metafóricamente hablando

Lluvia nívea cubre la tierra desnuda

Notaba cómo el frío traspasaba la fina película que la cubría haciéndola encogerse, mientras luchaba denonadamente contra aquella fuerza imperiosa que se alojaba en su interior y la empujaba a desplegar sus alas en contra de su voluntad. No sabía si era el miedo a lo desconocido, o ese viento cortante y gélido que chocaba contra los brazos desnudos que la acogían, lo que hacía que se resistiese a abrirse al mundo desplegando su delicada belleza para solaz de los mortales ojos que lo admirasen. Aguantó un día más refugiada en su fino caparazón observando de reojo el mundo que la rodeaba desde los intersticios que se iban abriendo entre los blancos pliegues que la protegían. Pudo comprobar asombrada, que no estaba sola, que cientos de congéneres acobardadas ante el destino incierto que les esperaba, se recogían bajo su suave manto. Pasó la noche agarrada al brazo seco que la sostenía en silencio, y en esta ocasión la fuerza esperanzadora que nacía de su interior le empujó con mayor fuerza que nunca cuando los primeros rayos del sol rozaron su piel. Casi sin darse cuenta se fue abriendo, y desplegando sus delicadas alas sus ojos curiosos y asombrados descubrieron un mundo desconocido y subyugante. Pronto le atrajo su atención la fina capa de hielo que cubría la tierra yerma y quebradiza deshaciéndose en pequeños hilos de agua que discurrían por las laderas de los montes circundantes, así como las minúsculas gotas que se formaban sobre las hojas de las plantas que brillaban como gemas ante sus ojos. Se abrió impúdica atraída por aquel espectáculo delicioso, viéndose rodeada de bellísimas especímenes que, como ella misma, desplegaban sus alas como pequeños colibrís de alas blancas y rosadas de pecho amarillo y rojo pasión, formando en el aire una verbena de color y perfume que embriagaba por su suavidad y dulzura. Al caer la noche, volvió a sentir miedo sintiéndose desnuda y vulnerable, aunque la fuerza vital que la empujó durante el día no la abandonó, al estar protegida por tantas compañeras de aventura que como ella desplegaron sus alas acompasadamente. El alba fue cruel, el frío la entumeció desguarnecida como estaba, sin que la cubriese su blanca y fina capa, ahora lucía en todo su esplendor, mostrando su belleza al mundo y tiritaba de emoción como la llama de una vela movida por el aire. De repente los brazos que la sostenían se agitaron rítmicamente y sus alas se desplegaron desprendiéndose de su cuerpo y formando una lluvia nívea que fue surcando el aire de un lado a otro hasta posarse sobre la oscura tierra, que se tiñó de un manto blanco y rosado con un tono tan liviano y bello como el más sutil de los tejidos. Los almendros habían florecido un año más deleitando al mundo con su belleza.

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