Siesta productiva

La siesta se desnaturaliza si, de ser un particular disfrute de la pereza, su práctica resulta un ejercicio productivo

El hábito y la práctica de la siesta están desnaturalizándose. No se dice, con ello, que pierden vigencia -ya que es al contrario-, sino que se recomienda su ejercicio a beneficio de la productividad en el trabajo y no como resultado de una particular y libremente administrada pereza. Al cabo, la cuestión tiene que ver con el rango o la entidad de esta última, de la pereza, generalmente desdeñada por la primacía y el mayor reconocimiento de la ocupación y el activismo. De resultas, se advierte una reivindicación del derecho a la pereza en nada asimilable a esa otra catalogación, como derechos, de lo que no son otra cosa que privilegios insolidarios o supremacías asimétricas –se dice ahora con ambigua y eufemística intención–. Mas volvamos a la siesta y al genuino y conveniente derecho a la pereza, porque las virtudes de aquella, de la siesta, no se afirman con las personales bondades que cada cual puede encontrar en ella, sino con la mayor productividad en el trabajo, tras haberla practicado con un ejercicio que no alcance la media hora y predisponga para reanudar la jornada laboral con mejores resultados. Esto es, asimilar la cabezada de sobremesa, que se facilita con algún socorrido documental de animales en la naturaleza, con una estipulación por convenio, adoptada en beneficio del rendimiento laboral. Así las cosas, puede comprenderse la desnaturalización con que se empezaba y la reivindicación consiguiente del derecho a la pereza, ante el manifiesto predominio de las ocupaciones acaparadoras. Por eso se reprocha, incluso, el disfrutar de vacaciones, como señal manifiesta de no ser indispensable el propio desempeño de las actividades ante las que se toma un tiempo para vacar. Impuesto el activismo o la “sobreocupación”, el derecho a la pereza no solo lleva a un panorama alternativo, si quiera sea repartiendo las horas de las jornadas, sino a aprender, habituarse y hasta normalizar la pereza -lejos de un hábito o comportamiento productivo- como un estado que beneficia el ánimo de quienes acaben por encontrar en ella, más allá de una negligencia o un descuido en los asuntos que obligan, de la aparente flojedad o la tardanza en los movimientos o las acciones, la redentora emancipación frente a las imposiciones, social y personalmente más aceptadas, del trabajo sin fin.

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