Crece, y acaso debería crecer aún más, un recelo justificado ante la adicción a las pantallas en la cultura al uso, sobre todo pero no solo entre gente joven, atrapados por los avances tecnológicos que, en cantidad y calidad, van captando sutilmente la forma, la atención y el tiempo dedicado al ocio, además de que van a revolucionar, en pocos años, el actual mercado de trabajo, al punto de extinguir la mayoría de los oficios y profesiones tal y como las conocemos. Así que parece poco arriesgado profetizar que el actual modelo de relaciones socioeconómicas y laborales colapsará -que es una forma de morir- de puro éxito científico. Si no lo toman a broma, -como solemos ante lo que abruma- verán que cada día la IA nos ofrece ingenios y trastos que hacen de todo para nadie haga nada, o lo menos posible; para relevarnos en todas las tareas que requieran mano de obra humana; para imponernos una cultura cibernética de nuevo cuño, que haga que trabajen máquinas y avíos electrónicos, para que el humano vuelva al holgazaneo aquel de las elites esclavistas. Y es que habrá tan escasa necesidad de trabajo personal que para que todos trabajen, se deberán repartir las horas laborales residuales. O sea, retomar aquella utopía de B. Russell de prorratear el “poco-trabajo-mucho-ocio” que hace un siglo parecía una fantasía pero que pronto nos obligará a cambiar la mentalidad calvinista o estajanovista que mamamos, para reverdecer la tradición humanista de la antigüedad, que diría L. Racionero. Aunque el asunto no es tan simple, porque si la IA se ocupa de lo que hacemos ahora los humanos, y además lo hará mejor, el reto a superar será ver qué haremos entonces, que tenga sentido práctico, cada día, todos los días: ¿deporte, pasear, quizá comer, bailar, leer o pensar? ¿Y así toda la vida? O tal vez nos aislaremos, a golpe de pantallazo, en paraísos artificiales, a navegar entre realidades virtuales, inventadas o por inventar, que nos hagan “sentir”, que es la palabra más precisa y que mejor define esta modernidad de sintiencias intensas, ilusorias, pero carentes de razones, de pausas y de causas, y de cualquier otra finalidad distinta al mero sentir por sentir: carentes de proyecto racional al que entregarse. Que es como asumir la futilidad del sentido de vivir para cualquier otra cosa, altruista o extravagante, que no sea el sentir mismo que nos programen las maquinas …, o quien las entienda y trastee.

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