¿Tradiciones?. Si. bueno, o no

Para muchos las tradiciones son tan importantes que el mero hecho de serlo es ya razón suficiente para revivirlas

Me gustan las tradiciones. Ese sabor añejo nos hace revivir un cierto pasado, o al menos regustar lo que hicieron quienes vivieron antes que nosotros. Por desgracia se han perdido muchas, entre otras razones porque ya no hay nadie en los lugares donde se desarrollaban. Quizá algunos las echarán de menos y lamentarán que ya no existan. Para muchos las tradiciones son tan importantes que el mero hecho de serlo es ya razón suficiente para revivirlas. Nada hay que objetar cuando se trata de simples costumbres que en nada dañan a la colectividad o a ciertos individuos. Ahora bien, no siempre basta el hecho de que una festividad o unos "rituales" se consideren una tradición. La óptica actual ha hecho que desparezcan algunas, o muchas, a las que no se les ve sentido. Me viene a la mente, por ejemplo, aquello de subir una cabra al campanario y lanzarla al vacío. Era una tradición en algunos pueblos, pero se trataba de algo no solo carente de sentido sino también cruel. Bienvenida sea su desaparición En este ámbito de tradiciones crueles podemos incluir, por qué no, las corridas de toros que por el momento subsisten. Otras muchas costumbres como "pagar el piso" o la cencerrada a contrayentes ya enviudados han seguido el mismo camino. Hay otras tradiciones, ciertamente, que son mucho más significativas para muchos de los ciudadanos. Por ejemplo, las procesiones de Semana Santa. Aunque a muchos no nos atraigan las llamadas "estaciones de penitencia", mezcolanza de sentimiento religioso, exhibición teatral, y un sí es no es idolatría, merecen ser respetadas aun cuando terminemos algo ahítos de su presencia en los medios de comunicación. Todo el que quiera participar en las mismas tiene pleno derecho a hacerlo, siempre que su participación se haga a título individual. Sé que muchas personas estarán en profundo desacuerdo conmigo, pero no me parece bien que los cargos públicos, como tales, hagan acto de presencia. Y si puede tener cierto pase que los cargos cercanos, alcaldes o diputados provinciales, estén en las comitivas, lo que no me parece de recibo es esa conexión que se establece entre la cruz y la espada. Se trata, es mi opinión, de uno de esos casos en los que, se haya hecho cuantas veces se haya hecho a lo largo de la historia, no tiene cabida en un Estado que es constitucionalmente aconfesional. Y dígase lo mismo de la interpretación del himno nacional ante símbolos no estatales.

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