En qué mejor puedo pensar para escribir las primeras letras del año que en los almanaques. Con la humildad que caracteriza su existencia, sólo necesitan un clavo y un trozo de pared desnudo, unos, o una página más en la agenda, otros, o el regalo de un hijo atento, como es mi caso todos los años con el Calendario zaragozano, que es el que miro primero, lógicamente con una mezcla de sentimientos: deseos, anhelos, incertidumbres y propósitos. Y en el de pared, que es donde garabateo mis anotaciones. Mi relación más intensa es con el Zaragozano. De hecho, cuando iba a comenzar estas líneas ya lo había ojeado, y anotado un dicho: “agua de enero, cada gota vale un dinero”, así como las fechas de los mercados de la provincia de Almería. Y mi otro querer se lo lleva “el de pared”, a ser posible de una empresa amiga, que también me lo ha proporcionado ya mi hijo, también, y que está colgado en su clavo semanas ha. Pero eso sí: con hoja de guarda advirtiéndonos que nos viene el 2024 que, “como su nombre indica”, es bisiesto. Recuerdo que nos lo explicó don Francisco de Asís Sáiz Sanz, a quien cariñosamente nos referíamos como “el Matraca”, preparándonos para el examen de PREU en Granada, año 1969. Y para terminar, lógicamente, desear que nos sea propicio a todos, y que los periodistas tengan que aprender a escribir buenas noticias.

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