COMO  dice el experto en liderazgo, J. Maxwell, “el cambio es inevitable. El crecimiento es opcional” y las sociedades no iban a ser la excepción a esta regla. Y así, tras otro de tantos procesos de cambio, desde finales del siglo pasado tenemos unas sociedades occidentales donde la globalización domina la planificación económica y el individualismo la dinámica individuo-Estado.
Y la globalización lo consiguió gracias a una vertiginosa evolución de la tecnología que la llevó a conseguir mostrarnos el mundo como algo conocido, cercano y abarcable, lo sea o no; y es que, de repente, una empresa podía deslocalizar su producción a miles de kilómetros de su sede social y un Estado confiaba un elemento básico para su estabilidad nacional a otro Estado o abandonaba un cultivo porque otro se lo podía suministrar en cantidad suficiente y, encima, por debajo del que era su coste de producción.
Y el individualismo lo logró gracias a que los avances en igualdad y las conquistas de bienestar social que trajo la socialdemocracia tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y partiendo de un consenso social sobre la necesidad tanto de recuperar el futuro que las guerras habían hecho desaparecer como de crecer como sociedad y de hacerlo contando con el Estado y su intervención, fueron tan intensos que las preocupaciones de los beneficiarios pasaron, por decisión propia o por desleal impulso externo (recordemos el lema de la conservadora Margaret Thatcher: “la sociedad no existe, solo hay individuos y familias”, o miremos la reciente arenga del líder de nuestra patronal a las grandes empresas para que se levanten contra la subida del impuesto de sociedades a las eléctricas propuesta por el gobierno), del plano comunitario al individual, de manera que, en su mayoría, las cuestiones que hoy nos levantan, las reclamaciones que hoy les hacemos a nuestros gobernantes, están relacionadas con nuestra singular existencia. Y así, lo de todos, lo comunitario, lo solidario y, en definitiva, lo que nos hace grupo y soporte va perdiendo fuerza y espacio a favor de lo de unos pocos, de lo privado, de lo desigual.
Pero, validando la frase del inicio y esta vez como reacción a las paralizaciones en producción y transporte internacional que trajo la Covid-19 y la sacudida a las planificaciones energéticas nacionales y al propio mercado energético producto de las sanciones internacionales impuestas a Rusia, soplan, nuevamente, vientos de cambio a lo largo y ancho del mundo y lo hacen, precisamente, en la dirección opuesta a la de la globalización y el individualismo originando con ello un nuevo y exigente reto para el que necesitaremos a lo público y actuar bajo un propósito común, pues, aunque las atalayas de algunos sean tan altas que no les permiten verlo, somos sociedad y, en sociedad, o estamos todos, o no estaremos.

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