Las elecciones generales de 2015 añadieron a nuestra vida parlamentaria dos partidos con importante representación y una novedad: La obligación de negociar. Pero, tras cuatro años y varias elecciones, esa obligación no parece haber sido asumida aún por sus destinatarios. Hemos visto ofrecimientos, proposiciones, solicitudes y exigencias hechas desde tribunas o atriles pero ocurre que ninguna de esas cosas es negociar. Negociar es mucho mas. Negociar es reunirse, comunicar las pretensiones y buscar un intercambio con el que las partes se sientan satisfechas y negociar en nombre de otro, como ocurre cuando se trata de una negociación política, es hacer todo lo anterior desde la lealtad a quien se representa y a su mandato. Y, como nada de eso se está produciendo, imagino que el déjà vu ya nos estará envolviendo para regalo unas nuevas elecciones. Pero, aún cuando nos veamos transitar nuevamente por el camino que prolongaría este indigno episodio de nuestra historia política, los ciudadanos no debemos conformarnos con lo que no nos merecemos, ni permitir lo que no nos conviene, con tal de abandonarlo pues solo de nuestra implicación y exigencia puede venir su excelencia y solo de su excelencia puede llegar el mejor progreso. Y entre los comportamientos que, a mi parecer, ni nos merecemos, ni nos convienen, se encuentra uno que se está convirtiendo en una costumbre de nuestra mas alta política: Exigir, como condición para iniciar el diálogo, la cabeza del líder del partido que llama o es llamado a la negociación. Y me lo parece por bastantes motivos: Unos vienen de las razones que pueden esconderse tras esa exigencia: No querer negociar o primar las preferencias o aversiones propias a las obligaciones del cargo. Y es que, cualquiera de ellas, engulle cualquier liderazgo; La primera tanto por el hecho de que negociar ya no es algo opcional como porque poner el veto en las personas en lugar de en las ideas demuestra una falta de inteligencia táctica que no puede permitirse un líder. Y la segunda porque anteponer los intereses y motivos propios supone traicionar aquella lealtad y desprestigiar la labor política que no es, ni mas ni menos, que un servicio a la ciudadanía. Y otros, los más importantes, tienen que ver con una autoridad que no se ostenta, pues qué autoridad tiene un partido para exigir a otro la sustitución de su líder, y con el respeto debido a los ciudadanos pues detrás de cada líder hay unos votos que valen exactamente lo mismo, y están absolutamente igual de acertados, que los votos que hay detrás de quien hace esa exigencia. Dejemos las exigencias para la búsqueda de los mejores consensos y el fracaso de la negociación en los límites ideológicos pues solo así se construye y solo así se trabaja para el pueblo y no olvidemos que "hay senderos que no deben ser recorridos".

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