Megalomanías

Es necesario mirar detrás de las pantallas y eso es cosa nuestra. Debemos ser capaces de transcender el señuelo

Qué fácil es quedarse extasiado ante la contemplación de monumentos naturales como el Gran Cañón del Colorado o ante otros artificiales como la Catedral de Santiago. Es fácil sentirse como anonadado viendo qué pequeños somos en comparación con maravillas tan enormes. Es más difícil, sin embargo, admirarse ante lo pequeño. Pocos son los que se quedan contemplando la fila de hormigas que llevan pedacitos de naturaleza al hormiguero, o el detalle de una flor de romero. Es un modo humano de prestar atención que parecen haber aprendido bastantes de los que rigen la vida de nuestras ciudades. Piensan que es cuando hacen cosas grandes cuando aumenta su popularidad. Y si esas cosas grandes se hacen buscando sistemáticamente la comparación, la emulación, y dan como resultado que vencen en esa lucha entonces se sienten gratificados. Estos días las noticias sobre “grandes cosas” han inundado medios de comunicación y conversaciones familiares y de bar. Ser la ciudad mejor iluminada en tiempos navideños o tener el árbol de navidad más grande del universo, o promocionar el encendido de las luces, es la obsesión de tantos mandatarios. Pura megalomanía. Insisto en que es una estrategia que no parece estar equivocada a la vista de algunos resultados. Me recuerda la política de inauguración de pantanos de tiempos pasados con la parafernalia concomitante, con la diferencia de que aquellos pantanos se han mostrado útiles a largo plazo y las luces y los árboles, aparte de una cierta ventaja de carácter económico, nada de nada. Cierta situación parecida se vive en el nivel de la “alta” política. Parece que en estos días y, por lo visto, en el futuro solo hay un problema, un gran problema en nuestro mundo, la ley de amnistía que “rompe España y quiebra el estado de derecho”, y ninguno de los otros problemas merece la atención de la oposición, como si minucias como las comunicaciones o los salarios o el medio ambiente o el problema de la violencia machista o la protección de los desempleados o…. no tuvieran ninguna importancia. Da la impresión de que unos y otros pugnan por poner ante nuestros ojos unas grandes pantallas, que no son más que grandes lonas como las que se utilizaban en la proyección de películas, que nos impiden ver lo que hay por detrás donde están las cosas que más nos interesan. Eso obnubila nuestra valoración de la acciones de nuestros políticos a la vez que tendemos a minusvalorarlos. Es necesario mirar detrás de las pantallas y eso es cosa nuestra. Debemos ser capaces de transcender el señuelo. No seamos como el niño al que regalan un patinete magnífico en Reyes o lo asustan con el tío del saco y que luego está desnutrido o se asusta ante un simple ratón. Se impone una racionalización en todos, en los que mandan y en los que somos mandados.

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