Mi infancia son recuerdos de una plaza de Vera y un parque de grava rodeado de edificios; mi juventud, casi diez años por tierras de Andalucía; mis sentimientos, algunas vivencias que ahora enumero. Para ir al grano y sin preámbulos, debo empezar diciendo que yo sí me siento andaluz. Veratense, almeriense y andaluz. Puede parecer una obviedad, pero como cada 28 de febrero me llegan los ecos de quienes no tienen nada que celebrar (los respeto)y uno se siente casi obligado a justificar su andalucismo. Vera, como todo el Levante, mira más hacia Murcia que a Almería. Hasta los 18 años no pisé una ciudad de las de acento andaluz ("que aquí hablamos murciano, chacho"). Y sin embargo, cuando caminaba por el Paseo de los Tristes o por las playas de Huelín me sentía en casa. Me conmueve el himno de Andalucía, la bandera verdiblanca (como la de la taifa de Almería) y nuestro modo de ver la vida y vivirla. No es ser andaluz, es sentirse andaluz. Para eso no me hace falta un referéndum. Y, por cierto, en 1980 no ganó el no en Almería (solo un 4% del censo), pero ese es otro tema.

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