La cuarta pared

El concurso de ideas

Existen concursos para resolver problemas urbanísticos, concursos para encajar en precio ideas ambiciosas…

Aunque en ocasiones parezca una inventiva de los promotores actuales para obtener decenas de ideas gratuitas para la construcción de sus sueños, los concursos de arquitectura se remontan miles de años atrás. El propio proyecto de la Acrópolis de Atenas fue el resultado de uno de los concursos más importantes de su época, así como algunas de las catedrales levantadas en la Edad Media o infinidad de obras del Renacimiento. Son tan variados y números que existen algunos concursos que pasarán a la historia simplemente por sus anécdotas, como el robo de la idea de cúpula de Foster a Calatrava para el edificio del Reichtag alemán o la icónica y satírica solución de columna para el rascacielos Chicago Tribune de Adolf Loos.

Pero, la cuestión de las ideas a veces va un poco más allá del simple hecho de resolver los problemas previamente identificados por el convocante, a veces son solo un grito al cielo de aquellos que ni tan siquiera saben lo que quieren y que necesitan un buen puñado de planteamientos acerca de sus necesidades. Precisamente algunos de los concursos de arquitectura más famosos como el Museo Guggeheim de Bilbao, se falló en favor de Frank Gehry porque supo, entre otras muchas cuestiones, prever a modo de profeta que su ubicación ideal para conseguir influir notablemente en la ciudad era a orillas de la ría de Bilbao y no en la parcela municipal prevista por el ayuntamiento.

Existen concursos para resolver problemas urbanísticos, concursos para encajar en precio ideas ambiciosas o incluso concursos para resolver técnicamente un proyecto inconstruible hasta la fecha como la cúpula de Florencia. Pero, en todos ellos, el valor distintivo recae en el pensamiento lateral. ¿Qué hay más valioso que las ideas? ¿Acaso la redacción de un proyecto debería estar mejor remunerada que la creatividad? Brunelleschi no construyó su cúpula porque resolviera los cálculos que infinidad de ingenieros previos no supieron resolver, sino por idear la geometría de un huevo aplastado contra una mesa.

Algunos concursos reciben planteamientos realmente utópicos y por eso no resultan ganadores y otros, reciben planteamientos realmente utópicos y por eso ganan. No hay una norma que regule qué idea es una locura y cuál será la que termine materializándose en la peatonalización de la plaza de tu pueblo. Solo el tiempo y el uso acabarán dándole la razón o quitándosela a ese comité de expertos llamados jurado que juegan a ser dioses recibiendo propuestas en el Olimpo.

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