Metafóricamente hablando

De lo verdadero, lo bello, lo justo y lo bueno

“de lo verdadero, lo bello, lo justo y lo bueno”. Qué bonito sería un mundo en el que imperasen estos ideales, pensó entusiasmada cuando leyó este pensamiento filosófico, si no fuese porque el concepto que cada persona tiene de esas palabras puede ser tan dispar, que algunos pueden ver belleza donde hay injusticia, bondad donde impera la mentira o justicia allí donde vence el mal. Porque no hay una verdad universal, porque la humanidad ha aprendido a justificar todo cuanto hace, cubriendo sus contradicciones con una pátina de aparente belleza o de justicia que nada tiene que ver con la realidad. Cuando le vino bien justificar la esclavitud, puesto que beneficiaba las arcas de los poderosos, que eran quienes decidían lo que era verdadero, bello, bueno y/o justo, ningún problema tuvo en defenderla, como tampoco lo tuvo cuando tenía que justificar un crimen, si beneficiaba los intereses de los que decidían el destino de sus súbditos. Pensó en la Revolución francesa, en aquellas masas de parisinos hambrientos, sucios y desarrapados que en 1789 tomaron la Bastilla, en defensa de un sistema más justo. Poco después de pasar por la guillotina a los reyes que los sojuzgaban y los mantenían en la más absoluta de las miserias, fue el régimen del terror el que los masacró, y antes de poder levantar sus sucias y doloridas rodillas del suelo, Napoleón, para mayor gloria de su patria, los condujo a batallas ajenas en las que encontraron la misma miseria, hambre y dolor de la que pretendían huir aquel día glorioso en que tomaron la fortaleza que representaba la crueldad del rey. No albergaba duda alguna de que si hoy le preguntase a algún superviviente de aquellos terribles sucesos, qué era para él lo verdadero, lo bello, lo justo o lo bueno, quedaría mudo y sumido en el desconcierto. Hoy era ella quién se hacía la misma pregunta, y su confusión no era menor que la de aquellos parisinos de los siglos XVIII y XIX, reflexionaba sobre estos conceptos y no tenía mayor claridad que ellos. Pensaba si esas imágenes de ciudades destruidas en aquellos bombardeos masivos e indiscriminados, que tanto pavor causaban a una población desarmada, las verían bellas sus autores, o al menos creerían que era una hazaña justa, y le era imposible alcanzar un punto de confluencia con ellos. Lo único en lo que podía encontrar un punto común entre esas personas y ella, era en que lo que veía era verdadero: verdaderamente cruel e inhumano, verdaderamente injusto e injustificable, verdaderamente perverso y repulsivo. Le daba igual que la excusa fuese divina o humana, le era indiferente que esas acciones se justificasen en el derecho nacional o internacional, al final el discurso filosófico y los devaneos intelectuales después de miles de años han resultado infructuosos, aún no sabemos que es lo verdadero, lo bello, lo justo o lo bueno.

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