Todos hemos visto, en más de una ocasión a alguna criatura que se retuerce por los suelos con estrépito y entre alaridos ante la atenta y paciente mirada de alguno de sus progenitores, esperando a que se le pase el disgusto. Siempre se trata de un disgusto provocado por la incapacidad de la criatura de comprender una situación en la que la evidencia solo permite que se canse, que se agote: que se calle de una puñetera vez, porque no atiende a razón alguna, por más evidente que ésta se le muestre. Pues esto es lo que nos pasa a los seres humanos; sobre todo en grupo, somos de lo más tonto que ha parío madre.

La negación del cambio climático, excelente parapeto para no entrar en el fondo de la cuestión (escandalosa explotación del planeta por unos pocos y el injusto reparto de los bienes producidos, que nos han de conducir a enfrentamientos y conflictos cada vez más cercanos en el espacio), es ese cabreo de chiquillo retorciéndose por los suelos del hipermercado. Y es una excusa excelente para un debate exquisito donde nadie se entera de nada. Y nadie se entera de nada porque todos participamos de la condición humana: todos estamos parapetados en nuestra razón de los hechos.

Para quien no se haya enterado aún: el Libremercado, el sistema que (desde Francis Fukuyama, a principios de los años 90 del siglo pasado) hemos aceptado como salida única a la Historia, está basado en la irracionalidad de la explotación permanente y aumento constante de la explotación de las materias primas, que son finitas. Porque hay que ser muy imbécil como para creer que nunca habrá que plantearse este hecho. Pero el ser humano tiene una capacidad extraordinaria para vivir en alguno de los múltiples universos paralelos que se crea en su permanente huida hacia delante. Es muy guay hablar de las temperaturas tan extremadamente altas y de las inundaciones cada vez más …; "¡España será un destino de playa en invierno logrando ser líderes todo el año!", se me antoja como eslogan para lo que ya nos obliga el Cambio Climático.

Cualquier escapada de la realidad antes que afrontarla; a ver si nos entra en la cabeza: la finitud de las materias primas conlleva la finitud de su capacidad de explotación. A ver si lo repetimos una y otra vez y, como si fuese un mantra, termina por hacernos caer en la cuenta de una evidencia a la que no queremos mirar de frente. Las trampas al solitario salen muy caras.

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