Está difícil la cosa

Los docentes hemos fracasado a la hora de inculcar responsabilidad. Pero tampoco es cuestión de fustigarse en exceso, porque el contexto no es precisamente favorable

Paseaba yo a mi perro hace unos pocos días cuando, como suele suceder, me tropecé con sólidas deyecciones caninas de considerable tamaño esparcidas por la acera. Me vino a la mente, como también suele ser habitual, la idea de cuántas personas irresponsables hay en el mundo. Y entre ellos y los que esparcen envoltorios de chucherías o latas de refresco y cosas así encontraba que la falta de responsabilidad era la "responsable" de la suciedad de nuestras poblaciones. Y la asociación de ideas me evocó que se aproximaba el fin del estado de alerta y recordé las continuas llamadas a la "responsabilidad" de los ciudadanos dado que no estarán prohibidas muchas de las actividades peligrosas propias de la "vieja" normalidad y que hay que incorporar a la "nueva" normalidad. En el buen criterio y en el sentido común de los ciudadanos descansa evitar un rebrote de la pandemia y una vuelta a otro estado de alerta. Hay muchos momentos en los que me siento optimista porque veo en mi entorno inmediato que mis vecinos suelen asumir las directrices de los poderes públicos: llevan puestas las mascarillas (casi siempre bien) y se respetan las distancias recomendadas. Claro que luego veo por las noticias que llegan a través de distintos medios, que no siempre se dan esas conductas ejemplares, y que hay evidentes violaciones de lo que sea una conducta sensata. Y me recuerdan estos comportamientos el modo de hacer de los estudiantes para los que hacer trampas es una especie de cuestión de honor. Eso de copiar en los exámenes, fumar en los retretes, hacer un poco el bestia en los recreos cuando faltaba control era el pan nuestro. Y a más conductas impropias más control, y a más control parece que más placer en soslayarlo. Y pienso que los docentes hemos fracasado a la hora de inculcar responsabilidad, de educar en el autocontrol aunque no lleguemos al kantianismo. Pero tampoco es cuestión de fustigarse en exceso, porque el contexto en el que nos movimos y nos movemos no es precisamente favorable. Nuestra picaresca es algo que viene de lejos, y no hemos sido capaces de dejar de sonreir, o de alabar y tener en alta consideración no solo las actividades de Lázaro o de Don Pablos, sino de tantos personajes corruptos, dentro y fuera del poder político, que se enriquecen a fuerza de fraudes y engaños. ¿Y nos va a extrañar que la noche de San Juan esté llena escaramuzas para sortear la vigilancia?

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