De mis años de estudiante recuerdo muchas cosas salvo la mayor parte de lo que hube de meterme entre ceja y ceja para aprobar y pasar de curso.

La política actual de charanga retórica y pandereta ideológica me lleva cada vez más a pensar que algo no funciona bien.

Sin menospreciar lo digital, nada como el tacto del papel y el silencio de la biblioteca. Leer un libro, creo, libera el poder que nos hace seres humanos.

Hablamos un latín evolucionado, mezclado y vivo, el que viajó en las naves portuguesas y españolas y echó raíces en casi todo el planeta.

Menos pamplinas y menos futesas: ya está llegando la hora de que los docentes reclamemos el respeto que se nos debe.

Cuando nos proponen una decisión política, tenemos que ver si quien lo hace es, aparte de inteligente, trigo limpio.

No es Letras o Ciencias, es ser o no capaz de llegar a abstraerse, descubrir e innovar.

Tocan albricias y felicitaciones a tantas y tantas personas que se identifican con esas letras.

No hay receta que valga para todos cuando nadie sabe qué ocurre ni por qué.

Con ignorantes contratando a buscavidas, se consigue crear la impresión de que la Oratoria consiste en no callarse ni bajo el agua.