Fugas de poder (II)

La tercera fuga es reaccionar con emotividad ante un suceso indeseado; la cuarta es un comportamiento basado en el deseo

La semana pasada definimos el concepto de fuga de poder como aquellos hábitos que acaban suponiendo verdaderos sumideros por donde se nos escapa gran cantidad de energía mental. Los dividimos en cuatro y tuvimos ocasión de desarrollar los dos primeros (los hábitos mentales inútiles y el diálogo interior). Hoy me propongo acometer los dos restantes.

La tercera fuga de poder es reaccionar con emotividad y rigidez ante un suceso indeseado. Cuando abordamos una empresa y obtenemos un resultado diferente del que esperábamos solemos enfadarnos, frustrarnos, decepcionarnos o todo a la vez. El ego se ve golpeado, vemos que nuestras normas o reglas internas se ven amenazadas y nuestra seguridad e identidad se tambalean. Por instinto, para tratar de recuperar el control de la situación, nos ponemos a la defensiva. Pero esto, lejos de ayudar, suele empeorarlo todo puesto que el resultado sigue siendo adverso y a la sazón nosotros sólo hemos conseguido un torrente de emociones negativas. La clave para detener un comportamiento de reacción es ser conscientes de nuestra tendencia. Es prudente trabajar en nuestras reacciones antes de que estas estallen, lógicamente. Por regla general todos tenemos alguna tecla que hace que explotemos. Debemos imaginarnos en esas circunstancias tantas veces como podamos y visualizarnos en una reacción controlada que no nos suponga un tremendo desperdicio de energía. La cuarta fuga de poder es un comportamiento basado en el deseo. Este verbo deviene en un estado pasivo. Cuando decimos "me gustaría que las cosas fuesen de otro modo" sólo intentamos reducir el malestar escapando hacia la fantasía. Esperamos que las cosas sean distintas abandonándonos a variables externas. Esa actitud no tiene ninguna cualidad activa y genera tanto fugas de poder como un empañamiento de la realidad. Ser conscientes de cuáles son las circunstancias y posibilidades reales son las únicas herramientas con las que trabajar el presente y modificar en lo posible el futuro. La escalada en roca (ver el articulo precedente) supone una analogía de la propia existencia: después de un reto llega otro. No resulta posible resolverlos todos y aún menos a la primera. El objetivo no es tanto llegar arriba como el aprendizaje que obtenemos desentrañando los sucesivos enigmas. El éxito quizás no esté delante, sino atrás. Es mirar con el rabillo del ojo y sentirse bien con el camino elegido.

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