Ilusionistas e ilusos

En la UE una región golpista no podría ser ni candidato a adherirse. Ahí también falla el talante pasivo del Gobierno

La historia de la quiebra catalana en ciernes, acaso se escriba algún día como la desigual pugna entre una murga de catalanes ilusionistas (seductores de los sentidos), frente a un equipo de gobernantes ilusos (optimistas ingenuos) y miopes al calibrar los riesgos de las prestidigitaciones sobre los colectivos ignaros o banales. Ambos términos, ilusionista e iluso, brotan de la misma raíz, pero con significantes disimiles, a pesar de que ambos aludan a lo emocional y a lo visionario: pero es que unos lo provocan y otros lo sufren. Y lo que en este país sobran, son visionarios y emociones. Como sobran los lamentos con que nos abruman cada día los medios y tanto opinador que no sabe por qué pasa lo que nos pasa (que es justo por lo que nos pasa lo que está pasando, que diría Ortega). Y faltan análisis rigurosos que sinteticen las causas del problema y aporten soluciones. O sea, que desgranen el cómo y el porqué se genera el delirio nacionalista ?hoy el catalán? que ni es una opción racional, ni una opción ilustrada, ni libremente formada. Sino que tiene la misma etiología obsesiva que la adicción a las sectas o los demás desvaríos y disfunciones sicopatológicas (las anorexias o los fanatismos), con un potencial devastador que debería alarmar no solo al iluso gobierno español sino también a toda la UE, donde hoy por fin vuelve a levantar salpullidos. Porque ¿quién querría asociarse con quien cuando bien le viene viola su Constitución? En la UE una región golpista no podría ser ni candidato a adherirse. Y justo ahí también falla el talante pasivo e iluso del gobierno central, por perder la voz mediática que le confiere la razón y el derecho: por dejarse arrastrar por la prédica taumaturga de los ilusionistas, protagonistas en todos los frentes mediáticos intoxicando con las emociones tribales. ¿Y qué remedios caben? Pues además de aplicar la ley a los sediciosos, ejemplarmente, hay que rebatir el maniqueísmo implícito en su discurso del "ellos y nosotros", como si realmente fuéramos distintos. Y refutar la gran falacia del "hecho diferencial", que ni es hecho ni es diferente, si se analiza con criterios de lo que significa convivir en democracia. O sea, ganarles la dialéctica pedagógico informativa, porque el pluralismo cosmopolita se deja razonar y el nacionalismo, no. Y eso, hasta el día en que se alce el secreto bancario en Andorra y ya se acabe tanto ilusionista y tanto iluso.

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