El tiempo que habitamos

Hay personas que viven mirando al pasado, otras se sitúan en el presente y también hay quienes no cesan de otear el futuro

Ya he comentado en otras ocasiones la fortuna que supone trabajar con seres humanos dispuestos a compartir sus dificultades, anhelos y pensamientos más íntimos. Este encuadre propicia la génesis de reflexiones muy interesantes donde también el terapeuta tiene muchas oportunidades de aprender. En este marco surgió, no hace mucho, la aportación de P. Este paciente confesaba que había clasificado a las personas entre aquellas que viven mirando al pasado, las que se sitúan en el presente o bien las que no cesan de otear el futuro. A su vez, como subcategorías, establecía diferencias entre las personas que hacían cualquiera de estas cosas en positivo o de manera negativa. Hoy les traigo este pensamiento versionado por la mirada de un psiquiatra. Las personas que se instalan en el pasado suelen hacerlo de forma perjudicial, culposa. Recuerdan tiempos mejores siempre con el tinte melancólico de lo que pudo haber sido o de lo que fue pero ya nunca más será. Este exceso de pasado devendrá, sin duda, en una depresión. Aquellos que frecuentan el pretérito de forma benevolente son los menos, pero también existen. Habitan el ayer como forma de espantar al olvido que hoy les acecha. Les queda poco presente y menos futuro. El exceso de futuro (del malo) se llama, por supuesto, ansiedad. Estas personas viven siempre como el conejo de Alicia, con prisa y asustados. La incertidumbre de lo que está por venir se les antoja cuasi insoportable y sufren los síntomas de una sobredosis de miedo permanente. Hay también quien deposita toda su fe en el futuro. Bien vive un presente insoportable bien acabará maniforme, haciendo fantásticos planes que nunca se consumarán y dejando para mañana todo lo que no se atreven a comenzar hoy. Por último los hay demasiado centrados en el aquí y el ahora, obviando lo que pasó y despreciando lo que podría suceder. Un presente cargado de negatividad los despojará de esperanza. Un hoy excesivamente positivo los hará caer en la despreocupación de la cigarra. Y el invierno siempre llega.

Si somos sinceros, a todos nos pasa un poco de todo, dependiendo de nuestro momento vital. Al final la suma de pequeños defectos forjará el equilibrio donde reside la virtud. Parece oportuno mirar al pasado de soslayo, con el rabillo del ojo y a través de un retrovisor; el futuro con unos prismáticos, de vez en cuando. ¿Y el presente? Ese hay que leerlo siempre con gafas de cerca.

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